Hace más de siete
décadas, cuando la infancia no daba cabida
a la razón, se
ignoraba la causa por la cual una romántica persona
cantaba y cantaba la
misma canción…
Algunos años después,
a los 15, al entrar el romanticismo
indagaba a mi alma…
“Por qué será que mis
afectos lloran… y mi nostalgia
es constante?” Se
arrugaba el corazón.
Era el dolor en una
adolescencia, vacía de respuestas…
Poco a poco fui comprendiendo
que nuestra hermosa familia
no era como otras del
vecindario.
El texto de la canción de María Greever:
“Para qué recordar”, más o menos, daba respuesta a mi curiosidad,
aquella que por
respeto no hacía a mi madre. Sin embargo,
guardo en la infantil memoria, la siguiente letra que dice:
“Quisiera convencerte,
que si no quiero hablarte,
es por no contagiarte,
mi profundo dolor.
Para que recordar,
nuestra pasión dormida,
haciendo desangrar,
de nuevo la honda herida.
quimeras a formar,
si yo no podría creer,
ni en el amor, ni en ti jamás.
Más vale que olvidemos,
el ayer que vivimos,
y que hoy al despedirnos,
no guardemos rencor".
Para que recordar,
Si nos hace sufrir,
tratemos de olvidar,
para poder vivir”.
Después de siete décadas y media, el
alma –rumia- en los recuerdos,
para asimilar, que si, “La práctica hace al maestro”,
ello me hizo
reflexionar un poco, respecto del –ayer-. Encontré
un “síndrome emocional”,
observado en miembros del entorno,
cual es, la siguiente cita:
“Del amor al odio no hay sino un paso”, y viceversa…
Esto
nos lleva a sufrir repentinos y bruscos cambios de personalidad,
-que justificamos pensando que los demás no
hacen lo equivalente
a nuestro requerimiento o necesidades del medio-
Llevamos
incrustada en nuestra regla genética la sana y excesiva
aplicación del “sentido común”,
del cual son huérfanos
43 millones de colombianos, para no
hablar de otras nacionalidades.
El “sentido común” es HOY lo que los
administradores empresariales
llaman –sentido de pertenencia-. En catolicidad, servicio,
en religiosidad, “corazón samaritano”. En valores humanos,
- bien del semejante- y lo que NO se aplica en leyes, -justicia-.
El sentido común, aplicado a las acciones, practicado en los
desempeños
laborales, familiares y sociales, hizo que
L. Ronald Hubbard pidiera:
"No dañes a una persona de buena voluntad".
De hecho, la sociedad funciona gracias a hombres y mujeres
de buena voluntad".
"Es fácil atacar a estas personas: su misma decencia
les impide protegerse lo necesario. Sin embargo, la supervivencia
de una sociedad depende de ellas".
Las personas de buena voluntad son las que mantienen el mundo
en marcha y al hombre vivo sobre la tierra".
irrita, confunde y nos “saca de
quicio”?
La indiferencia, acompañada de pasividad.
Hay quienes nos tildan de psicorrígidos e intolerantes.
Desafortunadamente, los tratamientos psicológicos no son
tan efectivos, pues otra reflexión me llevó a confundirme más;
si tanto le
damos a la psicología y al equilibrio de nuestro
comportamiento, buscando
armonizar, por qué nuestros psicólogos,
en la familia, padecen estos mismos
cambios, sea:
“de aquí para allá, o de allá para acá”?
Considero que
no se necesita tratamiento médico, mucho
menos cambio de personalidad, para no perder la innata riqueza
que llevamos en la sangre, sobre "el sentido común".
No permitir que el agua del cerebro se caliente, mucho
menos hierva.
¡Quien tenga ojos que lea!