Anécdota de la fe
Cuando desde lo alto del Templete Eucarístico, llegaban las voces y plegarias de los diversos representantes, de las Iglesias no católicas, vino a mi imaginación el recuerdo de mi primer contacto ecuménico.
Hace ahora diez años, (…y a 2011, 43) cuatro amigos españoles regresábamos en coche de Ginebra cuando un letrero nos sorprendió al borde de la carretera: CLUNY.
Sentimos deseos de ver el viejo monasterio que fue alma y centro de la Edad Media, cuidado por doce monjes de Taizé.
A la salida Jorge me dijo:
-“¿Por qué no nos dejáis comulgar en vuestra misa? Comprendo que vosotros no comulguéis en la nuestra, puesto que la consideráis inválida, pero nosotros aceptamos entera vuestra Eucaristía”.
-¿No crees que sería una especie de farsa el que nos uniéramos en la Eucaristía cuando no estamos unidos en la fe?
-“Sí, Sí –dijo él- pero tú das la comunión a niños de siete años y su fe dista más de la tuya que la mía. ¿Por qué entonces, no nos consideráis niños a mitad de camino?”
-¿No crees que te ofendería considerándote un niño? Además, tu fe es una fe realizada.
-“Sí, dijo, mas, si tu supieras lo difícil que es para mí venir a España, donde comulgáis tanto, y pasar un mes sin recibir al Cristo Eucarístico en quien yo creo. Si vieras cuantas veces, estando en iglesias donde nadie me conoce, siento deseos de acercarme al comulgatorio…”
-¿Y por qué no lo haces?
-“Por obediencia a la Iglesia Católica”.
Escuché esta respuesta que me hace temblar aun hoy. Alguien que no es católico, alguien que cree que nuestra iglesia es intransigente, alguien a quien su conciencia le dice que puede hacerlo, se abstiene de ese gran deseo, por obediencia y respeto a una Iglesia de la que no es miembro y a cuyas leyes no se siente en rigor obligado.
No olvidaré la profundidad y seriedad del deseo de Jorge hacia la unión de las Iglesias en una misma Eucaristía. Sé también Que esa buena voluntad, ese amor y ese respeto son –fuera de la unión Eucarística- la más profunda unión que un hombre soñar pueda. J. L. Martín descalzo
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