Antes que termine el tiempo de Navidad y lleguen los Reyes Magos, quiero dejar un recuerdo en los cambios tradicionales y el cuidado de la naturaleza.
Hace cinco décadas prohibieron a los niños y jóvenes coger el musgo, que no solo vestía el Pesebre, sino que cobijaba el alma. Las familias completas recreaban sus lazos, tejiendo con alegría, ilusiones y esperanzas para la Novena de Aguinaldo.
Las madres de familia surtían la despensa y el papá reventaba el bolsillo, para la cena de los días de la Novena de Aguinaldo, que todas las familias organizaban para los hijos, allegados e invitados. Degustábamos los típicos platos santafereños con los mejores postres de la sabana, que endulzaban la vida.
Había tertulia para los mayores y coro para los niños; los jovencitos cortejaban a las adolescentes, de cuyo paseo para recoger lama, se hacían acreedoras.
Qué engaño...Ese musgo crecía para diciembre por obra de DIOS, para su Unigénito Hijo, el Niño Jesús, como también las palmas para los Ramos, de la Semana Mayor.
Sin embargo, deseo regocijarme con este tema de ensueño, antes que oscurecerlo con la realidad de la explotación de minas, obras de ingeniería, arquitectura en los Cerros Orientales y la contaminación moral, espiritual y de ambiente...
A quién señalamos? A la humanidad.
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