En un comienzo la semilla busca abrirse
campo en la tierra y con el calor y humedad encontrar la fortaleza necesaria
para crecer, florecer y dar frutos.
Cuando ha alcanzado su plenitud, está preparada para ser un árbol
frondoso.
Pero no todo es alegría, unos días
buenos otros no tanto, unos con vientos suaves otros lo suficientemente bruscos
como para agachar sus ramas o arrancar las raíces. Falta o exceso de agua,
también perjudica algunas semillas.
Hay seres que también maltratan las
plantas, intencional o no.
Quienes graban en la corteza las
iniciales de una vida no comprendida
O motivados por el amor, hieren los
árboles.
Hojas que nacen y van desvaneciendo su color y en el otoño
caen…hojas que no regresan, que no formarán parte del mismo árbol.
Éstas cumplieron su ciclo.
Los árboles siguen siendo las plantas
que enriquecen el Universo.
Nosotros maduramos, soñamos, tenemos ideales,
el árbol ha experimentado en la inclemencia, el tiempo, el espacio, ha crecido
y ayudado a pequeños animales alados a formar su hogar, es decir, ha servido de
apoyo para los más débiles o tal vez con menos vida, podemos decir que se ha
convertido en un gran roble.
Ya no es la semilla ni arbusto, es el
gran árbol de la vida, el que como en las ramas ha plasmado la vida de sus
hijos y en sus flores cargadas de polen, la tercera y cuarta generaciones y
hasta quinta. Es aquel que sostenido por un grueso tronco se mantiene en el
tiempo; los anillos no significan un matrimonio, con su amada, cualquier
cantidad de promesas inconclusas son las que dan fe de la experiencia
y edad.
Al final de sus días el viejo da cuenta
en cada una de sus características.
Las experiencias vividas, aun retoñan
en sus experiencias, que no niegan en ellas lo que adopta de su medio, todo.
Necesita más sol y agua que le
proporcionen nutrientes y vitaminas; las caricias necesarias para sentirse
reconocido. Hay algunos más derechos que
otros, los primeros demuestran la independencia que son capaces de encontrar y
los segundos la necesidad de apoyo de los más jóvenes, como báculo.
Cabe anotar que las heridas en el tronco,
son los deseos anhelados, no realizados; son, como su nombre lo dice, heridas en su
alma…
No siempre:
No siempre:
“el ser envejece cuando se le arruga la piel sino cuando se
arrugan su ilusiones
y sueños”.
Las ramas que han caído son la familia
que ha partido y todo cuanto ha perdido.
Ante todo y por siempre quedarán las raíces convertidas en recuerdos del
ayer para el viejo y de hoy para el nuevo arbusto formando una alameda.
Jamás se es viejo mientras se tenga una
historia que contar...
Como decía Dostoiesky: “el silencio es
siempre hermoso” por eso el viejo se da el lujo de imitarlo”.
Sara
Gaitán Bazzani