Felipe Antonio Molina
En
algunas tumbas faraónicas, Méjico, Guatemala y el Tibet; Africa, la isla de la
Desolación y en ciertos “menhires gaélicos”, muy hondo en la antiquísima tierra
de los seres humanos, se han encontrado partes de madera, hueso y cerámica, que
no pudieron ser sino infantiles chucherías de juego para infantes.
Los
inocentes, con esas coloreadas estatuas de barro, tuvieron en su tiempo un
amable motivo de juego. Tal vez, esas piezas formaron parte de los sueños de
chiquillos, símbolo y testimonio de quienes jugaron con
ellas.
Encontramos
historia de las armas, de los utensilios de cocina, de vestidos y muebles, pero
la del amor, los juguetes y la poesía, permanece escondida a la especulación del investigador…Biografías
inaccesibles y esquivas como las estaciones de primavera y otoño; la lluvia y el viento mismos, que no son
alcanzados por nuestras manos…
“El
misterio del niño ante el juguete pertenece” al estudio profundo de la
psicología, la pedagogía y la investigación.
“Si
pudiésemos descender hasta el agitado corazón de” un infante, penetraríamos en la
ruidosa algarabía de una risa, de un llanto…
Los
juguetes son la imitación de la vida misma que acariciada por las manos de los niños,
encuentran la razón del movimiento…del encanto de los juegos, la distracción de
un tiempo de fantasía, de ilusión.
El
niño sin el juego no tendría razón para
existir.
Son los juguetes los que no les
reclaman el manejo que les den y complementan sus destrezas y sueños.
“El niño, ejecutor de musicales ruidos,
da vida a sus juguetes y transforma un pedazo de cartón, madera, plástico o fieltro,
en armaduras a las cuales le da nombre y sentido…
Sus diálogos con mudos muñecos,
fichas, carros y bloques, hacen desarrollar los proyectos lejanos de la
postrimera adultez…
Y en cuyo tren de la vida se oscurecieron
sus espontáneos juegos.
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