“…muy
hondo en la vieja tierra del abolengo humano”…
“…a
la sombra abrumadora de la pirámide el ancho sueño de chiquillos desconocidos,
eternos, en la supervivencia de sus frágiles reliquias.
“…de
fenómenos confusos e inaccesibles, como el espíritu de la primavera o como la
fina lluvia de abril que se nos escurre por entre los dedos”.
“Si
en virtud de un claro prodigio pudiésemos descender entonces hasta el agitado
corazón de la infancia, solo conoceríamos el abstracto secreto de un poema de
siete colores, escrito con risas, con lágrimas y con livianos suspiros”.
“…los
años nos hacen olvidar el sueño como un paulatino despertar bajo el viento
helado de una ventana abierta en la madrugada. Solo cuando el otoño de la vida
ha quedado muy atrás, el espíritu vuelve a simplificarse y comprende el
mensaje. Pero entonces ya es muy tarde hasta el silbo de un pájaro perece
sumergirnos en el gran éxtasis de la conciencia. Los
juguetes son una imitación de la vida, que pone en manos del niño el
cetro de una poética dictadura de burlas sobre los hombres y sobre las cosas.
Si el niño no pudiera jugar ni conocer sino a los adultos, enloquecería de
tristeza. En cambio por el juguete se acomoda paulatinamente a los grandes y
pequeños incidentes universales y al crecer no hace otra cosa que aumentar los
juguetes de tamaño, acomodándolos a la estatura del cuerpo y a la dimensión de
la inteligencia”.
“Pero
en el fondo de todo, el juguete sigue presente y el perro de fieltro y paja
continúa ladrándole a las narices (sic) de Pinocho a las barbas de Merlín”.
“El
niño, que es creador mágico de formas y de sentimientos, se proyecta en el
juguete como el compositor de las variaciones de la ejecución orquestal de su
música. Puede barajar almas en el corazón de aserrín de su muñeco, del propio
modo que el viento de octubre revuelve las hojas secas en las calles solitarias”.
“Su
caballejo de madera es un veloz camarada de las nubes que solo galopa hacia las
ciudades de caramelo, únicamente conocidas en la arrebatadora geografía de la
magia. Es decir, que no sabe de otros
objetivos que los de un liviano albedrío apenas regido por la fina música de
los luceros”.
“Así, el juguete no es sino el
trampolín para la maravillosa cabriola poética de la infancia. Es el país
neutro del ensueño, en donde, sin frío no calor, a la orilla de ríos de
chocolate, se puede dialogar con las hadas madrinas sobre la sonrisa de las
manzanas.
“…también – y menos líricamente- los
juguetes son la puerta de escapatoria hacia la luz de unos seres diáfanos a los
que ensombrecemos todos los días con nuestras tragedias y con nuestros
prejuicios. Afortunadamente el mecánico tren de latón de la niñez siempre deja
de cumplir itinerarios, para llegar lo más tarde posible a la siniestra
estación de los años tristes”.
Felipe Antonio Molina“
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