sábado, 28 de abril de 2012

Día de los Niños


“Cómo hablar para que los niños me escuchen?
Cómo escuchar, para que los niños hablen?

Este bendecido día debiera ser todos los días…
Practicar el Credo de los Padres y aplicarlo a los niños
del mundo nacidos y por nacer.
Si los amamos, aprenden a respetar.
Si los aprobamos, aprenden a aceptarse.
Si viven con equidad, aprenden a ser justos.
Si los estimulamos, aprenden a confiar.
Si los toleramos, aprenden a ser condescendientes.
Si los niños viven criticados, aprenden a condenar.
Si  viven en hostilidad, aprende a pelear.
Si los señalamos, aprenden a sentirse culpables.
Si los niños tienen afecto, aprenden a hallar amor en el mundo y se aman.

Si queremos que despierten liderazgo, procuremos que su vida sea como un juego antes de los 8 años.

Aplicar los  “Derechos del Niño”, 
sin guardarlos en archivos.
Registrarlos en el corazón de todos los adultos.
-El niño disfrutará de todos los derechos enunciados en esta Declaración
y le serán reconocidos sin excepción, distinción o discriminación.
-El niño gozará de protección, dispondrá de oportunidades y servicios, dispensados por la ley para desarrollarse física, mental, moral,
espiritual y socialmente de forma normal bajo condiciones
de libertad y dignidad.
-El niño tendrá los beneficios de la seguridad social, con derecho
a crecer y desarrollarse en buena salud; proporcionándosele
cuidados especiales así como alimentación, vivienda, recreo
y servicios médicos adecuados.


Orison S. Marden
“De una niñez sin alegría no puede esperarse nada, porque
las plantas sin flores, no dan fruto”.
“Si educamos a un niño para la dicha, permitiéndole manifestar abiertamente 
su alegría, nunca tendrá melancólicas disposiciones de ánimo; 
demasiadas morbosidades psíquicas, que afligen a la humanidad, 
proceden de una infancia árida y rígida”.
”Permitamos que los niños manifiesten libremente todo lo que hay 
en su temperamento de gozoso y feliz: fructificarán a buen seguro 
en hombres de carácter valiente”.
“Hay que enseñar al niño que Dios nunca da la enfermedad o el dolor 
ni se complace de nuestro sufrimiento, sino que nos destina la salud y la dicha, 
cuyo resultado es la alegría.