“Cómo hablar
para que los niños me escuchen?
Cómo escuchar,
para que los niños hablen?
Este bendecido dÃa debiera ser todos los dÃas…
Practicar el Credo de los Padres y
aplicarlo a los niños
del mundo nacidos y por nacer.
Si los amamos,
aprenden a respetar.
Si los aprobamos,
aprenden a aceptarse.
Si viven con
equidad, aprenden a ser justos.
Si los estimulamos,
aprenden a confiar.
Si los toleramos,
aprenden a ser condescendientes.
Si los niños viven
criticados, aprenden a condenar.
Si viven en hostilidad, aprende a pelear.
Si los señalamos,
aprenden a sentirse culpables.
Si los niños tienen
afecto, aprenden a hallar amor en el mundo y se aman.
Si queremos que
despierten liderazgo, procuremos que su vida sea como un juego antes de los 8
años.
Aplicar los
“Derechos del Niño”,
sin guardarlos en archivos.
Registrarlos en el corazón de todos los adultos.
-El niño
disfrutará de todos los derechos enunciados en esta Declaración
y le
serán reconocidos sin excepción, distinción o discriminación.
-El niño
gozará de protección, dispondrá de oportunidades y servicios, dispensados por
la ley para desarrollarse fÃsica, mental, moral,
espiritual
y socialmente de forma normal bajo condiciones
de
libertad y dignidad.
-El niño
tendrá los beneficios de la seguridad social, con derecho
a crecer
y desarrollarse en buena salud; proporcionándosele
cuidados
especiales asà como alimentación, vivienda, recreo
y
servicios médicos adecuados.
Orison S.
Marden
“De una niñez
sin alegrÃa no puede esperarse nada, porque
las plantas
sin flores, no dan fruto”.
“Si
educamos a un niño para la dicha, permitiéndole manifestar abiertamente
su alegrÃa,
nunca tendrá melancólicas disposiciones de ánimo;
demasiadas morbosidades
psÃquicas, que afligen a la humanidad,
proceden de una infancia árida y
rÃgida”.
”Permitamos
que los niños manifiesten libremente todo lo que hay
en su temperamento de
gozoso y feliz: fructificarán a buen seguro
en hombres de carácter valiente”.
“Hay que
enseñar al niño que Dios nunca da la enfermedad o el dolor
ni se complace de
nuestro sufrimiento, sino que nos destina la salud y la dicha,
cuyo resultado
es la alegrÃa.
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