miércoles, 26 de febrero de 2014

Los hijos nunca crecen...

En el corazón de los padres
“Porque cuando hacemos referencia a ellos, 
buscamos el resultado de lo que vemos, ignoramos y olvidamos 
qué hicimos en su infancia”.
Hoy, prácticamente no hay distancia… la tecnología 
permite que nos  acerquemos, casi de inmediato, 
a calmar la ansiedad…
Sin embargo, la otra distancia la fijan los afectos perdidos, 
embolatados, confundidos, heridos o muertos.
Muy temprano, al llegar a su lecho lo primero que divisé fueron 
sus medio escondidas pantuflas…bajé cuidadosamente mi cuerpo 
para encontrarlo…
A su inminente ausencia…penetré mis manos entre aquéllas, 
y añoré su presencia; encontré la tibieza de sus píes 
y medité en su energía…
Su temperamento recio, su entrecejo fruncido, su tácita y escondida 
sonrisa; su fingida braveza, que ha impedido ha unos años, 
nuestra afectiva cercanía.


¡Cuántas veces mi frente, a dónde casi no llega su beso, 
queda en frustrada espera…
¡Cuántas veces mis frías manos podrían ser calentadas.
¡Cuántas veces mi  cuerpo podría recibir el liviano peso 
de un abrazo.
¡Cuántas oportunidades de encuentro se pierden en la mutua 
timidez de un actuar.
¡Cuántos minutos languidecen en la entrecortada complicidad 
de una mirada.
¡Cuántas ocasiones de comunión se escapan al miedo 
de un tropiezo.
¡Cuántas horas de comunicación se pierden al temor de 
un no deseado efluvio.
¡Cuánta mudez, en la gratuidad, por la abierta puerta 
de sus manos “abiertas”, por lo esquivo de sus actos.

Como dice mi pequeña loza: 
A garden is where the soul feels at home”. 
Porque allí ya nadie tiene que hablar. Esa loza la que al limpiar, 
me ha recordado que estoy de paso y a la cual debo mucho 
de mi reflexión, sin ser santa, ni ángel, ni pura, ni curadora…
¡Cuánta falta de amor se sepulta antes de tiempo…! 
Si uno se corrigiera no merecería la tirria de los demás.
Es que cuando se es ignorante, cuando se descuida la vida 
y el silencio no comunica, los rompimientos afectivos 
se hacen latentes.
Pensar que solo bastaría un INSTANTE para el perdón, 
si los espíritus se encontraran y saldaran.
Cuántos malos entendidos se albergan, cuántas equívocas 
interpretaciones,  cuántos adelantos a explicaciones no dadas…

¡Cuántos errores! ¡Cuántas fallas! ¡Cuánto amor…!

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