DATOS BIOGRÁFICOS
Por
los años 55, estudiaba bachillerato comercial, había tomado
la amistad de una
compañera* de grupo que no le gustaba a mi madre,
ni a mi favorito amigo.
En
cierta ocasión, la madre de ella enfermó y yo, como “yerbatera”,
convencida de
que mi visita y recetas la curaban, fui a verla;
me bajé del bus del colegio en
el paradero de ella, anterior al mío.
Aunque
no era la intención demorarme, me ofrecieron onces…
Con
la preocupación que debía caminar como 20 cuadras,
además pasaban las 5:30 p.m.
Comprendí que mi madre me iba a regañar…
Entonces:
A
medida que avanzaba inventé como unas 50, mentiras, (exagerado).
Que
si -la llanta pinchada del bus, que si el conductor me había pasado, que…
Con tanta imaginación llegué a casa y
continuaba inventando
la de más credibilidad para una mamá, pues ellas
–todo lo
saben o intuyen-…
Así,
subí al 3º. Piso y aun casi a tres metros de mi madre,
todavía dudaba cual
de todas las mentiras sería la que más encajaba…
Mi
madre lavaba…de pronto me miro y dijo:
“madrecita,
cómo te fue?
“Cómo
estás?
Su
saludo, igual que el de siempre, no fue lo que penetró mi corazón,
fue
su “ternura, lo suave de su acento y su
dulce mirada”…
Apenas si le contesté que bien…
Me
sugirió tomar algo que tenía calientico para mí…
No pude, fui a mi habitación y
deteniéndome en las tareas,
lloré mis ojos!!!
Hoy, todavía se humedecen…y el
corazón, ya curtido,
recuerda que no pude MENTIR.
Por ese episodio, -jamás le encontré sabor a la mentira-*
De
éstas, no hay blancas, ni pequeñas, ni sanas: son mentiras.
Remembrando sobre mi condiscípula*, supe que siempre
me había engañado, aunque yo la considerara mi amiga;
con sus aparentes afectos…
me había engañado, aunque yo la considerara mi amiga;
con sus aparentes afectos…
Se quedó con mi novio (+), paz a su alma.
Camino de la vida |
Veinte años quizá había transcurrido sin que nos viéramos las dos.
En octubre de 1979, después
del nacimiento de mis hijas
Sara y Susana, buscándome, me ubicó en casa de mi madre;
hubo reconciliación y perdón…
Elenitas silvestres |
Fue ella
la gestora, por su cambio de religión, yo sentí que nada me debía.
No es orgullo, ni soberbia, es testimonio de que sí
podemos perdonar.
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